Thursday, October 30, 2014

Exposición de invitados: La Puerta Sin Regreso


Una vez más presentamos una historia de un escritor invitado, mi buen amigo Jesús Valles, que les comparte una historia que tiene lugar en umbral de la vida y la muerte. Un relato que nos viene a cuestionar. ¿Qué tan difícil es soltar todo y dar un paso adelante?
¡Solamente en la Galeria del Terror!

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La Puerta Sin Regreso
Por Jesus Valles

Ya estaba el sol resplandeciente aquella mañana de viernes, cuando Juan se dio cuenta que se le hacía tarde para ir a trabajar.

Juan era un chico de 18 años que trabajaba por las mañanas y estudiaba por las tardes, al ser una jornada diaria un poco pesada, acostumbraba a levantarse tarde y llegar a la oficina donde laboraba casi a la hora designada.

Vivía en una ciudad grande y sobrepoblada, donde los problemas a la hora de desplazarse de un lugar a otro eran el pan de cada día.

Vivía con sus padres en un departamento sencillo, se podría decir que vivían sin muchos lujos, pero también sin muchas necesidades.

Cada mañana era un suplicio para Juan, ya que debía levantarse a las 5:45 de la mañana de lunes a sábado, y en ocasiones, los domingos también, sí su jefe así lo requería. Debía estar en la oficina, que quedaba aproximadamente a 1 hora de su hogar. Salía de trabajar a las 5 de la tarde para entrar a la escuela a las 6, terminando su última clase a las 10 de la noche, y hacer otra hora en transporte público para llegar a casa.

Para él era complicado y agotador seguir esa rutina todos los días de la semana, o al menos, casi toda la semana. Llegaba cansado a las 11 u 11:15 de la noche, nunca estaba en su casa, y cuando estaba, generalmente se encontraba en su habitación, dormido.

Esa mañana de viernes, su despertador no sonó a la hora que usualmente lo hacía. Extrañamente, despertó a las 6:16 de la mañana, se levantó rápidamente, se puso ropa limpia y salió corriendo hacia la calle, se despidió de su madre rápidamente mientras tomaba la bolsa llena de comida para el mediodía, abrió la puerta y desapareció mientras la estela de sol aún se deslumbraba por la puerta de la cocina.

Cuando Juan salió de su casa, sintió por un instante un leve escalofrío, nada fuerte pero sumamente extraño, eso no le importó y siguió corriendo para llegar a la estación del metro que le quedaba a unas 3 cuadras largas.

-No llegaré a tiempo – Decía en su mente mientras sus piernas comenzaban a pedirle clemencia, ya que su cuerpo recién estaba despertando  y ya estaba haciendo esfuerzos bruscos – Este será un día largo – pensó para sí mismo.

Cerca de la estación del metro, como era usual todos los días, ya había una horda de personas a esa hora esperando el transporte, lo que hacía que fuera un suplicio esquivar a todas las personas que se postraban en las escaleras, entre gente que sube y baja las mismas, hasta vendedores ambulantes que hacen todo lo posible para que su mercancía sea lo más visible al público que se pueda.

Para evitar ese problema, Juan optó por bajar por una estación que se encontraba vacía. Hacia eso muchas veces, ya que seguido se le hacía tarde, aunque no tan tarde como esa ocasión.

Antes de bajar por las escaleras, Juan volvió a sentir un escalofrío, algo raro en el aire, algo que lo tenía intranquilo desde que salió de casa, pero de nueva cuenta no le presto demasiada atención.
Jadeando por la semejante carrera que realizó, comenzó a bajar las escaleras, percatándose que nadie lo viera, ya que la susodicha estación se encontraba cerrada al público, y conectaba directamente con la que Juan necesitaba para transportarse a su trabajo. No era la primera vez que hacía eso, pero ese sentimiento de intranquilidad inusual aún recorría su cuerpo. No tenía ni idea de que estaba a punto de suceder.

Sólo tenía que atravesar un pasillo de unos 50 metros de largo y llegaría a la conexión entre la vieja estación inservible y la estación que lo llevaría a su trabajo. Era un pasillo oscuro, donde el sol de la mañana apenas podía verse por unos pequeños agujeros hechos por el tiempo. Por un momento, vio pasar un haz de luz, pero rápidamente se difuminó. Aquel pasillo también era muy húmedo, ya que el agua de lluvia se filtraba por los agujeros, y usualmente olía mal, pero en esta ocasión, Juan notó que el olor era más fuerte y putrefacto que en ocasiones anteriores, esto junto con la oscuridad y ese sentimiento intranquilo que aun llevaba consigo, lo perturbo sobremanera, además, se sentía observado por algo o alguien a lo lejos, todo esto lo puso demasiado intranquilo, a lo que aceleró el paso hasta que chocó contra la una puerta fría y firme. Era la puerta de la estación. 

Antes de abrir la puerta que lo conectaría con la estación Planta, observó su reloj de muñeca para verificar que aún tuviera tiempo de llegar a la oficina. La hora que marcó el reloj era las 6:25 de la mañana, estaba 5 minutos retrasado, pero aún tenía la idea de poder llegar a la oficia rozando las 7 de la mañana.

Al cruzar la puerta, lo primero que notó fue que el Metro ya había llegado, así que subió rápidamente al último vagón. Apenas cruzó las puertas, sintió un escalofrío, el mismo que recorrió su cuerpo al salir de su casa, esto lo extraño en demasía, para luego girar a ver los asientos y notar que el vagón estaba vacío, no había ninguna alma visible en ningún lugar. Las puertas del vagón cierran súbitamente, y extrañamente, el Metro se comienza a mover de forma violenta, acelerando y frenando de forma repentina, lo que hizo a Juan caer en su espalda, llevándose un golpe bastante aparatoso, mientras las luces se encontraban encendiéndose y apagándose de manera frecuente y casi hipnótica.

-¿Qué demonios es esto? – Pensó mientras su mirada veía de forma atónita los asientos, conforme el vagón se apagaba y encendía, veía sombras de personas sentadas en los distintos lugares que el vagón tenía disponible.

-Esto debe ser un sueño, debo estar soñando, ¡es una maldita pesadilla!- Gritó mientras el vagón corría a toda velocidad a través de la vía. Todo sucedía tan rápido que apenas daba tiempo a Juan de pensar en algo.

De repente, el Metro se detuvo súbitamente, haciendo caer a Juan al son del movimiento que se produce después de frenar. Las luces del vagón estaban encendidas, pero no veía a nadie – Debo estar volviéndome loco- respiro aliviado al percatarse que todo fue producto de su imaginación y nervios.
Había llegado a la estación La Grande a las 6:52 de la mañana, tiempo de sobra para llegar a la oficina, cuya localización estaba a 4 cuadras cortas de la estación.

Juan respiró aliviado por esa situación, e incluso se echó a reír un poco, pensando que solo fue una jugarreta que su mente le hizo.

Cuando baja del vagón rumbo a su destino, se da cuenta que a su alrededor no hay nadie, ya que el viajo en un vagón vacío, pero esa sensación de extrañeza aún permanecía en su cuerpo, causándole confusión, dado que ahora era más fuerte que antes.

Comenzó a sentir nauseas conforme iba caminando por la terminal, percibía un olor fétido, como huele a tierra mojada con agua sucia de las cañerías que recorren la ciudad de arriba para abajo, llevaba caminado más de 5 minutos y aún no veía a otra persona además de él.

Tomó el rumbo hacia su oficina, pero al salir de la estación no hizo más que perturbarse de mala manera.

Observó la ciudad vacía, en un tono grisáceo, muerta y abandonada. Parecía un pueblo olvidado como un jardín reseco, y se respiraba un hedor penetrante en el ambiente, un hedor más fuerte que el que había dentro de la estación.

Al darse la vuelta para regresar bajo tierra, noto que dentro de las sombras podía observar siluetas apareciendo y desapareciendo al son de encontrarse con el sol – o lo que parecía ser el sol -, su corazón se agitó y comenzó a palpitar de manera apresurada, queriendo salir corriendo del pecho de Juan.

Juan se quedó en ese lugar, paralizado, sin saber qué hacer, repentinamente, en el piso donde se encontraba su oficina, observó una tenue sombra pasando por una ventana, por lo cual, Juan rápidamente subió al 4to piso del Edificio Central, que se encontraba al sur de la ciudad, en una plaza llamada Plaza Cristal.   

Al llegar a su destino, pudo reconocer esas sombras que caminaban por donde la luz no alcanzaba a verse, rincones donde la luz no deslumbraba. Veía a las diferentes personas con las que llevaba un tiempo trabajando, observaba a Raquel, aquella chica que lo hacía perder el aliento, al tratar de alcanzarla, su mano atravesaba su cuerpo inmaterial.

De pronto, desde la perspectiva que le permitía alcanzar ese cuarto piso, observo a lo lejos a un hombre mayor sentado en la banca de un parque cercano – Son unas 2 cuadras, ese parque nunca lo había visto en los 7 meses que llevó trabajando aquí- susurro Juan, y de manera apresurada, tropezaba cada 2 por 3 tratando de bajar lo más rápido posible las escaleras y salir a la calle.

Cuando finalmente pudo salir de aquel edificio, salió corriendo directamente hacia donde había visto el parque, llegando rápidamente a aquel lugar, se acercó muy despacio en dirección de aquel señor, sentado, observando simplemente al vacío.

-          Hoo.. eh Hola- Dijo Juan, de manera tímida - ¿Usted me podría decir donde me encuentro?

-          Hola Juan, te tomó mucho tiempo llegar aquí, ¿no lo crees? – Replico con voz ronca aquel señor de aspecto sombrío, en los ojos tenía algunas cataratas,  y siempre hablando al vacío. Sin embargo, sus manos se encontraban dentro de sus bolsas en una chamarra azul oscura, que tenía una capucha en la parte de átras.

-          ¿Cómo que tarde en llegar? Yo quiero saber dónde estoy, dígame donde estoy, creo que me confunde con otra persona, además, ¿Cómo rayos sabe mi nombre?

Aquel extraño hombre soltó una risa en tono siniestro que termino ahogada en silencio.

-          Conozco todo sobre ti, te he observado desde hace mucho tiempo, sé que desconoces la razón de estar en este lugar. Aquellas sombras que ves en la oscuridad, son personas viviendo sus vidas, siguiendo sus sueños o persiguiendo sus ambiciones, después hablare con ellos, sin embargo, hoy es tu turno, me evadiste varias veces pero hoy, amigo mío, cometiste un error garrafal un poco más temprano, aquel error es el que te ha traído hasta aquí. Te llevaré a dar un paseo.

El anciano se levantó de su asiento, y caminando a través de las calles vacías y grises, llegaron a su casa en muy poco tiempo.

-          Entra – le dijo de forma seca aquel extraño a Juan al pararse frente a la puerta – Un último vistazo y nos vamos.

Entraron los dos a la casa, y veían a una sombra claramente femenina haciendo los quehaceres, desaparecía cuando el pasaba a través de la luz del sol, y reaparecía en otro lugar de la sala.

Todo era bastante extraño para Juan, que hacían en su casa, y porque aún veía esas sombras tan extrañas, de repente, el teléfono comenzó a sonar, y la sombra femenina parecía contestarlo, poniendo su mano izquierda en su cintura, con la mano derecha se lleva el aparato al oído, de repente, se llevó su mano izquierda a su rostro, y comenzaba a mover la cabeza en forma de negación.

Repentinamente, el teléfono cayó al suelo junto con la sombra de la mujer, parecía desfallecida, tomando su rostro y respirar rápidamente.

Juan trató de tocar esa sombra, pero nuevamente solo la atravesó, en un movimiento súbito, se volvió al anciano y este le devolvió la mirada.

El chico salió de la casa rápidamente, ya no quería estar ahí viendo eso.

-          ¿Qué fue lo que pasó?

-          ¿Quieres que confirme tus pensamientos? Tuviste un accidente fatal, y ahora estás a punto de comenzar el viaje que todos tenemos que hacer.

-          ¿Quién eres tú?

-          Soy una simple guía que ayuda a las almas a cruzar a donde deben de ir. Muchas almas llegan a este umbral, no todas están preparadas, por lo que te imaginarás, muchas caen en negación e incluso quieren negociar, sin embargo, yo no tengo ningún tipo de poder, solamente muestro el camino, tal como me lo mostraron a mí cuando llegué aquí. Lo que muchos no entienden, es que el querer regresar a sus vidas antiguas,  solo les causa dolor a las personas que fueron cercanas a ellas, ¿conoces a los fantasmas?, pues eso es.

-          Pero

-          Estás perdiendo tu conciencia paulatinamente mientras te encuentras en este lugar, cada momento que dudas, le abres la puerta a la desesperación, lo que conllevará a que olvides toda la vida que acabas de concluir y camines errante por la eternidad, siendo un alma vacía.

-          Entiendo eso, pero  ¿tengo miedo sabes?, no, no, no por mí, no quiero dejar solos a mis padres, todo esto es bastante doloroso.

-          La verdad es que un padre jamás se repone de la muerte de un hijo, pero en estos momentos, ¿no es mejor que recuerdes cada momento que pasaste con ellos, y así, en el instante en que se vuelvan a ver, porque todos vamos al mismo lugar, recordar y congratularse por esas vivencias? ¿o prefieres  vagar entre las 2 realidades distintas, atormentarte a ti mismo y a ellos en el camino?

-          ¿Pero y el infierno? No he sido un hijo perfecto y he hecho varias faltas….

-          El infierno, siempre preguntan por eso, el infierno es este hueco, pero nadie tortura a nadie, sino que los torturados hacen de víctima y victimario, todo por no aceptar su destino – Respondió bajando la mirada, recordando algo que paso hace mucho – como mi esposa, quién jamás aceptó que su tiempo había pasado, y perdió toda su gloria por aferrarse a algo que ya había acabado, tengo bastante que no la veo, y la extraño tanto.

-          Entonces, no hay paraíso, no hay infierno, ¿qué hay al final?

-          Recuerdos hijo, recuerdos de cosas que fueron reales, recuerdos de todo tipo de sentimientos, entendimiento mutuo, y una paz que jamás habías sentido, una tranquilidad absoluta, ninguna preocupación, llegamos a donde pertenecemos, a la misma entidad que todos somos.
-          Una entidad… explícame eso.

-          No se puede explicar con palabras, acompáñame y lo sabrás.

-          Espera, tengo algo que hacer primero.

Juan abrió la puerta de la casa, se dirigió hacia la sombra femenina que se encontraba sollozando en el sofá a un lado de la ventana.

-Madre mía, ojala puedas escucharme, estoy bien, no llores, no te preocupes, despídeme de mi papá, que ya no tengo tiempo, pero los estaré esperando, y te prometo que seré yo el que te encontrará en el mundo gris.

Dicho eso, retrocedió y se dirigió con aquella persona misteriosa, quién le indicó con un gesto con la mano que era tiempo de irse.

Tuesday, October 21, 2014

Exposición de Invitados: Éste Tampoco Es


Imagen cortesía de Miguel Zamarripa


Esta noche presentamos en la Galería del Terror una exposición de un escritor invitado, mi buen amigo Miguel Zamarripa. Un relato fuera de este mundo que difumina la frontera entre los sueños y la realidad revelando lo desconocido. A continuación….

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Éste Tampoco Es

Por Miguel Zamarripa

Pedro era un chico promedio en todos los sentidos. No era una persona que causara gran impresión. No era muy alto o muy bajo. Ni delgado, ni gordo. No era muy bien parecido, pero tampoco feo. Incluso había tenido algún noviazgo o dos sin éxito y que no fueron de más de seis meses. No sabía tocar instrumento alguno. Ni siquiera sabía si tenía algún talento. Pasaba las tardes trabajando en la bodega de un minisúper que quedaba a unas cuantas cuadras de su casa. Realmente no poseía nada especial. Había abandonado la preparatoria hacía ya un par de años. Su vida bien podría estar en el exacto punto entre lo tranquilo y lo aburrido, y podría extinguirse sin más conmoción que la de sus contados conocidos. Pero todo en esta existencia, salvo la muerte, tiene sus excepciones y en un día fortuito como a cualquiera le podría suceder su suerte cambió… aunque no para bien.

Esa mañana de febrero después de despertar se tomó unos instantes quedándose al borde de la cama, pensante y con la mirada perdida en el suelo. Se había dado cuenta de que últimamente había estado soñando con siluetas difusas batiéndose en un oscuro vacío con voces que murmuraban algo totalmente ininteligible a las lenguas que conocía. O al menos eso era para lo que daba su memoria y entendimiento, un vago recuerdo de un difuso caleidoscopio policromático perdido en la abrazadora negrura del olvido. Y cada ida a la cama había sido un sueño más que se le esfumaba lentamente. Al principio descuidaba esos murmullos hasta que entre sueños una voz delgada y suave decía su nombre con jadeo susurrante “…edro… Pedro”.

– ¡Pero qué va! Son sólo sueños como cualquier otro –decía para sí en su mente tratando de olvidarse de aquella tontería.

¿Son sueños realmente lo que experimentamos al quedar hundidos en el sopor, la algarabía y el juego engañoso de ideas que se mezclan entre sí como fruto de recuerdos e ideas? ¿O será que es justamente al revés, que esto llamado vida es el sueño de otra?

Sus propias palabras no lo persuadieron. Comenzaba a tornarse de un simple recuerdo onírico a una ilusión demasiado real. ¿Qué podría hacer para dejarlo? Seguía pensando en aquello que día tras día escuchaba en sus sueños, viéndose rodeado de aquellas sombras que bailoteaban de aquí a allá como negros fuegos fatuos, aquellas que le orillaron a un nivel más crítico cuando finalmente se atrevieron a ir más allá de sólo su nombre:  “¿Pedro?... Pedro, ¿estás ahí?”. En míseras y contadas ocasiones pudo abrir sus labios torpemente para intentar responder, pero no obtenía más que balbuceos y sonidos cortados de su voz.

Al cabo del mes comenzaba a preocuparle, aunándosele esa suave caricia del miedo antes de aceptar el mismo. Incluso un tenue gris se colgaba bajo su parpado inferior al ya no dormir como antes por pasarse la noche en la recurrente pregunta “¿que me dirán ahora?”. Para su fortuna, algunos días era tanto el pesar de su cuerpo que quedaba noqueado de cansancio y al despertar apenas recordaba que cayó rendido en su cama.

En días posteriores se le encontraba visitando frecuentemente bibliotecas y librerías en busca de algún libro que le ofreciera alguna respuesta o una pista al menos. Algunos comprados, otros prestados. Todos los acabó y cuando no tuvo respuesta clara apuntó hacia el esoterismo. Lejos ya de la seriedad que le caracterizaba pensaba en visitar alguna clarividente o bruja. ¿Qué sabía él? Tan sólo quería algo que aplacara sus nervios, algo suficientemente convincente para no dejarse enredar en el hilo de la desesperación.

Para finales de abril dio con algo que no había notado desde hacía días o un par de semanas a lo mucho. Acomodándose contra la cabecera de su cama se sentó e imaginó en que tendría ya mala memoria, pero no era así. Ciertamente le vino de maravilla aquello sabido luego de cavilar no tan preocupadamente unos segundos. Había dejado de ver en sus sueños aquellos difusos fantasmas en la oscuridad. Ya no lo llamaban ni le cuestionaban si estaba ahí. Ya no lo molestaban.

Un par de meses después, mientras lentamente almacenaba algunas botellas de leche en el refrigerador del minisúper, pensaba en aquello que ya no tenía. Reconocía que aunque ese fenómeno que experimentó lo hacía sentirse terriblemente acosado, también lo hacía sentirse especial porque seguramente no a cualquiera le pasaba. En su vida aburrida y sin chiste era una luz al final del túnel. Con eso desahogaba esas ansias de ya no querer ser un don nadie. De pronto una botella se estrelló contra el suelo. Al instante la vista se le nubló hasta quedar en negro. Era como si mirara un abismo, un vacío eterno, y en esa negrura adimensional se puso de pie. Desde donde parecían estar sus pies una débil y muy difuminada luz violeta serpenteante como aurora boreal le rodeaba. Más allá, a metros o kilómetros –imposible saber–, un círculo de contadas estrellas en pares brillando con un destello que apenas podía ver.

– Pedro… Pedro… ¡Pedro! –le decía una voz masculina en la lejanía que pronto se hizo cercana y clara.

– ¡¿Qué?! –se alzaba de aquel sillón con repentino pánico hasta quedar sentado. Había estado recostado en la pequeña oficina de la tienda. En un instante su escenario había vuelto a cambiar y para su sorpresa ya no estaba en aquel oscuro lugar.

– Ya comenzabas a preocuparnos. Llevas más de una hora inconsciente –le dijo de nuevo aquel tipo. – Sal un rato para que tomes aire. Cuando te sientas mejor, entras. Si no, mejor ve a casa. No quiero que rompas algo más.

– Esta bien, jefe. No se preocupe. No volver a pasar.

El chico se tomó de la cabeza como si ligeramente le doliera. Pronto vería que no sólo su jefe estaba ahí, sino también otros tantos de sus compañeros que venían a ponerse al tanto del chisme. Salió de ahí por la puerta trasera y, quedándose recargado contra la pared junto al contenedor de basura, su mirada se comenzó a reponer y pronto estaba ya en sus cinco sentidos. Notó que aún no eran ni las cinco de la tarde así que decidió volver dentro y reintegrarse a sus labores.

Para la media noche la policía sabía nada. Desde sus padres hasta los empleados del minisúper fueron interrogados sin mucho éxito. Nada de ayuda. Se acordonó la parte trasera de la tienda con listones de “no pase”. Más allá, entre el vecindario y una zona verde se le buscó. Incluso rastrearon boletos de autobús, pero no. Nadie en los alrededores lo vio. Sólo algo los devolvió al último lugar donde había estado Pedro según se sabía, junto a ese contenedor de basura tras el minisúper. No encontraron ni una sola pista de él, pero sí una gota de sangre.

Aquel círculo de luz violeta se encendió de nuevo, en ese lugar de esa interminable negrura. Era un círculo de fuego que a sus pies se alzaba desde extraños dibujos fluorescentes trazados en el suelo con precisión. Y ondeaban sus llamaradas, esas y otras allá, más allá, aunque con un color natural de fuego naranja. Antorchas. Y esos destellos en par en la negrura se acercaban poco a poco. Se oía el taconeo incesante y muy repetitivo, multiplicado, mientras esos destellos que ahora sabía eran ojos de algunos seres. Le llamaban varias voces, una tras otra y encimándose los sonidos con cada vez más insistencia “Pedro… Pedro, ¿estás ahí?” mientras el taconeo de los pasos secos seguía. Las voces se hacían más fuertes, más cercanas junto a  Pedro. Sosteniendo una antorcha logró ver la mano que le sostenía: una mano peluda de dedos largos y el pulgar opuesto.

– ¿Qué quieren de mí? –dijo Pedro a punto de estallar en la desesperación. Se sentía aturdido.

Su cuerpo estaba inmovilizado por un profundo temor y nerviosismo que le hacían sudar en frío. Las manos las sentía temblar, pero estaban engarrotadas con dedos hechos ganchos. La boca se le secó al ver una silueta que le parecía engañosa e irreal, ¿pero a ese punto qué era o no real ya? De repente sonó aquel ruido inconfundible, un sonido muy peculiar y fácil de reconocer: un berrido, y pronto su nombre comenzó a ser pronunciado con ese berrido “¡Pe-eh-dro!”. Las siluetas se disipaban como telones, consumidas por la luz. Sentía el corazón serle cobijado por una ligera escarcha de hielo y su latidos bajar. Los ojos se le abrieron al instante nada más de presenciar a esos seres. Pedro vio con horror aquello: una minúscula manada de cabras alzadas en sus patas traseras.

– Éste… ¡Maldita sea! ¡Éste tampoco es! –gritó una de esas espantosas bestias con enfado y lanzando una antorcha al suelo.

No tardaron en escucharse aún más berridos de esas cabras quejumbrosas y furiosas. En breve el silencio cundió y se oyó el vibrar de una hoja metálica, el desenvaine de algún objeto punzocortante. Pedro vio el cuchillo acercarse lentamente a su rostro. Entonces por fin otra voz se alzó de entre las demás:

– ¡Si no es entonces también mátalo!




Saturday, October 18, 2014

Casi Muriendo

Esto no es una historia de terror, es una historia sobre un miedo:


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Casi Muriendo
Por Oscar Rodríguez
Subí al tren de las siete. Era tiempo de dejar todo atrás, un momento para alejarme de todo. Después de todo, ya no me quedaba más. Podrías llamarme un perdedor, pues he perdido muchas cosas en mi vida. No esperaba recuperar nada con este viaje. Solo quería estar solo.

En mi vagón había algunos pocos pasajeros. Cada uno en sus asuntos. Yo busque mi asiento, estaba junto a la ventana del tren. Había un asiento vacío al contrario mío. “Que bien…compañía”, pensé con sarcasmo.

Me senté y espere que el tren comenzara a andar. También espere que a nadie se le ocurriera ocupar aquel asiento. Había muchos otros lugares vacíos después de todo. Sin embargo, poco me duro el gusto…

-Buenas tardes -  Me dijo una voz de repente.

Gire la cabeza de inmediato. Frente a mi estaba un hombre sentado en el asiento contrario. Era como si siempre hubiese estado sentado ahí.  Era de buen vestir. Tenía una apariencia extraña, como un anciano… ¿o como un joven? Buscaba algo en el bolsillo interior de su saco.

El hombre continúo. –Bonita tarde para partir ¿eh? – E hizo un gesto con la cabeza hacia la ventana. El cielo anaranjado se tornaba carmín mientras el sol lanzaba sus últimos destellos antes de ocultarse en el horizonte. A mí no podría importarme menos.
-Disculpe-le replique con desgano.- No le vi venir.

-No hay cuidado. Nadie lo hace.- Me respondió con un timbre de tristeza.

Claro que yo no tenía mucho ánimo de hacer conversación, pero mi educación me impulso a preguntar -¿A dónde se dirige? 

-A donde se dirigen todos.- respondió ocupado, hurgando en los bolsillos de su saco.

Calle un momento y mire hacia la ventana nuevamente. Su evasiva me inclino a replicarle.

-Hay varios destinos en este recorrido- añadí.

Detuvo su búsqueda por un instante y me miro. -Puedo asegurarle…- dijo sonriendo- …que solo hay un destino para todos en este tren. – y continuo buscando.-No es por que quiera ir. Vera usted, es mi trabajo.

-¿Usted es el maquinista? – le dije con incredulidad, pues siempre me imaginaba a los maquinistas vestidos de overol con una curiosa boina. Este sujeto se veía como un catrín. “Debía ser entonces un tren de mucha clase”, pensé.

-No precisamente. Yo dirijo este tren, si es a lo que usted se refiere.

-¿Cómo un agente de viajes?

-Podría decirse que sí.

Finalmente saco de sus vestiduras un reloj plateado. Era un reloj antiguo de cuerda, lo abrió y lo miro fijamente. Al instante sentí que mi sangre se volvía hielo.
Su mano derecha estaba descarnada, era una mano de hueso.

- ¡Ah! Las siete en punto. Hora de partir.- Dijo jovial y sonriente.

Lentamente, las ruedas del tren giraban sobre los rieles hasta encontrar velocidad. Salimos de la estación. Yo estaba aterrado. ¿Quién era este sujeto?

-Es de mala educación mirar fijamente la extrañeza de otras personas.-me dijo con aire bromista.

- Es que… es solo que... ¿Se encuentra usted bien?

- Seguro. ¿Y usted? Parece que hubiera visto un espanto.- Y empezó a jugar con el reloj en su mano de hueso, haciéndolo girar entre sus dedos, y finalmente mirando la hora.
Quede callado por un momento. No supe que responder. Lo que veía era imposible.

-¿Tiene miedo? – me pregunto un poco consternado.

No podía hablar. Mucho menos podía responder. ¿La demás gente vería lo mismo que yo? Voltee hacia todos lados y miraba a los demás pasajeros del vagón. Todos ensimismados. Unos leyendo el periódico, otros volteando hacia la ventana, perdidos en sus pequeños mundos. Y yo ahí sentado frente al hombre de la mano de hueso.

-Es natural. –Me dijo - Después de todo, da miedo ¿no es así? “Dejar todo atrás”…
Y sus palabras eran un eco de mis pensamientos.  Solo quería irme, solo quería estar solo. Trate de recordar hacia donde me dirigía… pero no pude encontrar nada. Finalmente, volví a tomar la palabra.

 – ¿A dónde vamos?

-Ya se lo dije.- Me respondió con calma. Tomo una taza de y bebió un sorbo.- A donde se dirigen todos.- Olía a te de canela. ¿De dónde saco una taza?

El hombre de la mano de hueso prosiguió con elocuencia. –Tal vez no se haya dado cuenta, pero usted fue quien decidió subir a este tren. Usted ya tomó esa decisión. Y eso se respeta. Así que quise darle la bienvenida.

Mi cerebro trataba de encontrar una respuesta lógica a los desvaríos que este hombre. De repente, entramos a un túnel. Las luces del tren se encendieron, más iluminaban como si cada foco estuviera a punto de fundirse, de extinguirse…

-¿Estoy muerto?- le dije

-¡Ah! Finalmente.- Frunció el ceño y sonrió, apuntando al techo con su mano de hueso. Era un poco aterrador. -Me fascina cuando preguntan eso. ¡Humanidad increíble! ¿Tienes miedo?

- Un poco.- le mentí. Yo estaba aterrado.

- Es natural -  y volvió a tomar un sorbo de su taza de té.

-¿Es usted la muerte? – Fue mi lógica pregunta a mi absurda situación.

-Si. Bueno no. ¡Ja! ¡Humanidad increíble! Mi trabajo es llevarlos, sí, pero yo no soy la muerte, no. Siempre lo dicen como si eso fuese una persona. No, no, no. La muerte es solo un paso.  Yo solo estoy aquí para esperarlos y cuando lleguen… conducirlos a donde decidieron ir.

Había pensado en dejar todo atrás. Más esto no era lo que tenía en mente. Pero ya estaba arriba del tren y este seguía avanzando. No había ningún caso en tratar de negociar. Sin embargo, finalmente tendría lo que buscaba ¿O no? Dejar todo atrás. Terminar con toda esa soledad y vacío. Era casi como lo que yo quería. Casi. Si muerto estaba, ya no había mucho por hacer. Así que decidí seguir la conversación.

-¿La mano de hueso viene con el empleo?

- Bueno déjeme le explico. ¿Ha visto un reloj de arena? ¿Ha visto como se vacía el contenedor de la parte superior mientras los granos de arena caen al contenedor inferior? Digamos que esta mano simboliza el tiempo que me queda de trabajo. Pronto la palma estará rellena de nervios y carne, y hasta el último dedo. Y mi tiempo habrá terminado. Debió de haberme visto al principio. ¡Era todo un esqueleto! Es un símbolo solamente, pero me anima a continuar.

- ¿Es trabajo por turnos?- dije bromeando.

-¡Oh para nada! Es de tiempo completo. Mi trabajo es único. Es solo que… todo termina, querido amigo. En su mundo al menos.

- Todo termina… ojala fuera verdad.

Pensé en todo lo que me había llevado a subirme a ese tren. Había perdido mucho, y a muchos.  En cierta forma ya me había quedado solo. A los que no me arrebataron, los aleje yo mismo. Me había equivocado tanto. Ya no tenía nada. Era dolor que no terminaba.

-Pero es verdad - me replico ahora con voz un tanto más lúgubre- Ese es uno de los problemas de ustedes. Piensan que todo dura para siempre. Se creen infinitos, y no lo son. No comprenden su finitud, y por tanto no comprenden su eternidad.  Todos terminan en este mundo. Y cuando terminen, yo estaré ahí. Mi trabajo es esperar a cada uno de ustedes. Y bueno, a veces siento la necesidad de hablar también con algunos de ustedes. Es parte de mi misión hacerles más claro el problema de temor que tienen.

-¿Problema de temor?- Si bueno, tenía miedo. Pero parecía natural. El mismo lo dijo. Después de todo, ya estaba muerto. Todo seguía casi en penumbra y él tenía una mano de hueso. ¿Qué problema había con tener miedo?

-Si. Veras tu problema, así como el de mucha gente, no es solamente el miedo a morir. ¿Quieres que te lo explique?

No estaba seguro de porque me lo preguntaba. Le encantaba hablar después de todo. Seguro se moría por decírmelo de todas maneras. Pero genuinamente tenía curiosidad. Asentí con la cabeza.

-¡Je! Tienen miedo a vivir. ¡Suena disparatado! ¿No es así?

-Uhm…- pensé por un momento lo que quiso decir con eso. Y antes de que pudiera exigir una explicación, el hombre prosiguió.

- Es uno de mis grandes pesares. Veo muertos que caminan, querido amigo. Día con día, yo espero a que la vida se les acabe. No es algo que me guste. Pero es necesario que pasen por esto si quieren llegar hasta el final. Todos los días están a un desliz de morir. Lo sé bien, porque los espero. Y ellos ni siquiera se dan cuenta. Ese automóvil que casi les rozó. Ese mal paso  que casi los hizo caer de las escaleras. Ese bocado que casi logro que se ahogaran. Tantas y tantas cosas que casi me permiten alcanzarlos. Realmente no sé cómo van a terminar de antemano. No depende de mí. Pero muchos de ellos, demasiados, ya están muertos cuando yo los alcanzo. Caminan sobre la superficie de esta tierra mecánicamente, sin sentir, sin sonreír. No viven. Son muertos que caminan, se lo aseguro. Lo peor es que ellos así lo quisieron. Yo creo que es por miedo.

-Debe ser deprimente.- “Tal vez el trabajo más deprimente que me pudiera imaginar”, pensé.

-¡Oh bueno! No se fije. A veces es diferente. Vera, de cuando en cuando uno se encuentra con gente interesante. No son tan pocos como los que se imagina, pero no son tantos como me gustaría.

- ¿Qué los diferencia de los demás?

-No tienen miedo. Sin miedo a morir. Sin miedo a vivir desde luego.

-Gente loca.

-Sin duda alguna. Pero no es enfermedad, se lo garantizo.

De pronto salimos del túnel y todo se ilumino nuevamente. Curioso, porque salimos al atardecer. ¿Había pasado una noche entera? No tenía forma de ver el tiempo y no quise pedirle al hombre su reloj. Mire hacia la ventana y pude observar un verde prado, había un lago en el fondo. Se veía tan tranquilo, un buen lugar para descansar. 

El hombre prosiguió., mirando hacia la ventana también.

- Estas personas estuvieron realmente vivas. No es que se quisieran morir, pero al momento de que yo llegara a dirigirlos a la puerta, ellos no se turbaban. Al contrario, estaban felices. Así los encontraba cuando me los llevaba, felices de verdad. Están locos por que no viven de acuerdo a la razón del mundo. Las historias que narran estas personas. ¡Es en verdad fascinante! Personas excepcionales que dejaron su marca en el mundo, y en las personas con las que compartieron un pedacito de su vida.

Hizo una pausa breve.

-Usted sin embargo, no ha dicho mucho. -  Cerró la persiana. Y realmente fue molesto. Me había quitado el primer momento tranquilo que había tenido en mucho tiempo. Era como si se regodeara al decirme todo esto.  Si estoy muerto que me deje descansar en paz

-¿Ah sí? Deje de burlarse de mí.

-¡Ahí está el problema! ¿No? Usted tiene miedo a vivir.

- Miedo a vivir. ¡Miedo a vivir! ¿Qué quiere decir con eso?

-Hablemos de la vida. ¿Cuándo fue la última vez que observo en el cielo una noche estrellada? ¿La última vez que olfateo el suave aroma de una florecilla en primavera? ¿Cuando escucho por última vez su canción favorita? ¿Cuándo compartió el alimento con algún necesitado? ¿La última vez que bailo con la mujer que ama?

Llegaron a mí lejanos recuerdos de mi pasado. En un parpadeo revisite todos esos momentos. Era alegría que no recordaba, eran promesas que se habían olvidado. Era una vida diferente. Ahora había que poner los sueños a un lado si quería progresar. Había que enfocarse y hacer las cosas. No iba a ser fácil y no importaba después de todo. Hubiera sido una etapa solamente y después retomaría todo lo que había dejado.

- Hay tantas cosas que hacer. – Le dije - A veces simplemente no hay tiempo.

- Amigo mío. Estoy en mi trabajo. Y me doy tiempo para muchas cosas, como para una plática amena con extraños en un viaje en tren.

Calle un momento.

-Muy bien. Fue injusto- Hizo un gesto con ambas manos, como cediendo un poco de razón. Yo tengo tiempo. Se podría decir que por ahora es lo único que tengo. Yo los espero a todos…

Tomo su reloj y lo reviso nuevamente.

-…hay un momento para todo. Pero no cabe todo en un momento.

-No siempre es el momento adecuado. – Le replique.

-¿Para ser feliz? Siempre es momento para ser feliz. Las personas esperan una oportunidad para vivir, para hacer cosas. Y para hacer felices a otras personas. Piensan que… no es su momento todavía. Pero un momento es todo lo que tienen. Es tiempo perdido. No regresa, jamás regresa. Sonrisas negadas. Lágrimas que no fueron consoladas. Manos que no se extendieron para levantar al caído. Un “te quiero” que jamás fue pronunciado. Un corazón cerrado mancha el amor. Es egoísmo. Tiempo perdido. Lo hecho, hecho esta, y la marca que dejaron se desvanece como polvo en el viento. Y hay tantos de esos en este mundo.

Sentía un agujero en el estómago. Yo era un perdedor más grande de lo que pensaba. Y no había vuelta atrás. Yo no era una plática interesante, no era un loco. Era como todos los demás. Mire hacia alrededor a los otros que venían en el vagón de nuevo. Seguían haciendo lo mismo. Como una fotografía, ensimismados. En automático. Vi entonces mi reflejo y baje la mirada.

-Es triste. Casi me da lástima por ellos. Pero tuvieron su oportunidad. Tú aun la tienes.
-¡¿Entonces estoy vivo?! - Me puse de pie sonriendo. ¿Sera posible?

-Digamos que no estás muerto. Depende de ti. Claro esta es mi forma metafórica de decirlo. Después de todo, todo siempre termina...-Miro su reloj y dijo- …como tu tiempo en este tren. – El hombre de la mano de hueso se puso de pie.

Y el tren se detuvo lentamente. El sujeto me dijo.

- Aquí es donde te bajas.

-Pensé que todos nos dirigíamos al mismo lugar.

-Hay varios destinos en este recorrido.

Caminamos hacia la puerta. Baje del tren aliviado. Finalmente me despedí.

- ¡Je! Gracias, querido amigo. ¿Algo más que me quieras decir?

-Vive… o no. Solo recuerda, vendré por ti de todos modos.  

Baje del tren de las siete. Era tiempo de recuperar todo lo que había dejado atrás, un momento para acercarme a todo. Después de todo, ya no me quedaba más…












Wednesday, October 15, 2014

¡De regreso hacia el abismo!


Todo salió bien *cough cough* ¿Donde esta mi medicamento?

¡He regresado!

La Galería del Terror abre nuevamente sus puertas para todos aquellos espíritus valientes que se atrevan observar más allá de los límites de la cordura.




Es hora de abrir de nuevo las puertas…de la Galería.

Donde habitan horrores insondables que claman por el latir agitado de un corazón aterrado. Aquel lugar donde las inmateriales pesadillas que rondan en los oscuros recovecos de la mente se tornan tangibles. Donde el monstruo terrible tiene el rostro aquel que está al otro lado del espejo.

Mira hacia el abismo y te devolverá la mirada.

Esto es la Galería del Terror.
(Risas y/o sustos no garantizados.)