Una vez más
presentamos una historia de un escritor invitado, mi buen amigo Jesús Valles,
que les comparte una historia que tiene lugar en umbral de la vida y la muerte.
Un relato que nos viene a cuestionar. ¿Qué tan difícil es soltar todo y dar un
paso adelante?
¡Solamente
en la Galeria del Terror!
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La Puerta Sin Regreso
Por Jesus Valles
Ya
estaba el sol resplandeciente aquella mañana de viernes, cuando Juan se dio
cuenta que se le hacía tarde para ir a trabajar.
Juan
era un chico de 18 años que trabajaba por las mañanas y estudiaba por las
tardes, al ser una jornada diaria un poco pesada, acostumbraba a levantarse
tarde y llegar a la oficina donde laboraba casi a la hora designada.
Vivía
en una ciudad grande y sobrepoblada, donde los problemas a la hora de
desplazarse de un lugar a otro eran el pan de cada día.
Vivía
con sus padres en un departamento sencillo, se podría decir que vivían sin
muchos lujos, pero también sin muchas necesidades.
Cada
mañana era un suplicio para Juan, ya que debía levantarse a las 5:45 de la
mañana de lunes a sábado, y en ocasiones, los domingos también, sí su jefe así
lo requería. Debía estar en la oficina, que quedaba aproximadamente a 1 hora de
su hogar. Salía de trabajar a las 5 de la tarde para entrar a la escuela a las
6, terminando su última clase a las 10 de la noche, y hacer otra hora en
transporte público para llegar a casa.
Para
él era complicado y agotador seguir esa rutina todos los días de la semana, o
al menos, casi toda la semana. Llegaba cansado a las 11 u 11:15 de la noche,
nunca estaba en su casa, y cuando estaba, generalmente se encontraba en su
habitación, dormido.
Esa
mañana de viernes, su despertador no sonó a la hora que usualmente lo hacía.
Extrañamente, despertó a las 6:16 de la mañana, se levantó rápidamente, se puso
ropa limpia y salió corriendo hacia la calle, se despidió de su madre
rápidamente mientras tomaba la bolsa llena de comida para el mediodía, abrió la
puerta y desapareció mientras la estela de sol aún se deslumbraba por la puerta
de la cocina.
Cuando
Juan salió de su casa, sintió por un instante un leve escalofrío, nada fuerte
pero sumamente extraño, eso no le importó y siguió corriendo para llegar a la
estación del metro que le quedaba a unas 3 cuadras largas.
-No
llegaré a tiempo – Decía en su mente mientras sus piernas comenzaban a pedirle
clemencia, ya que su cuerpo recién estaba despertando y ya estaba haciendo esfuerzos bruscos – Este
será un día largo – pensó para sí mismo.
Cerca
de la estación del metro, como era usual todos los días, ya había una horda de
personas a esa hora esperando el transporte, lo que hacía que fuera un suplicio
esquivar a todas las personas que se postraban en las escaleras, entre gente
que sube y baja las mismas, hasta vendedores ambulantes que hacen todo lo
posible para que su mercancía sea lo más visible al público que se pueda.
Para
evitar ese problema, Juan optó por bajar por una estación que se encontraba
vacía. Hacia eso muchas veces, ya que seguido se le hacía tarde, aunque no tan
tarde como esa ocasión.
Antes
de bajar por las escaleras, Juan volvió a sentir un escalofrío, algo raro en el
aire, algo que lo tenía intranquilo desde que salió de casa, pero de nueva
cuenta no le presto demasiada atención.
Jadeando
por la semejante carrera que realizó, comenzó a bajar las escaleras,
percatándose que nadie lo viera, ya que la susodicha estación se encontraba
cerrada al público, y conectaba directamente con la que Juan necesitaba para
transportarse a su trabajo. No era la primera vez que hacía eso, pero ese
sentimiento de intranquilidad inusual aún recorría su cuerpo. No tenía ni idea
de que estaba a punto de suceder.
Sólo
tenía que atravesar un pasillo de unos 50 metros de largo y llegaría a la
conexión entre la vieja estación inservible y la estación que lo llevaría a su
trabajo. Era un pasillo oscuro, donde el sol de la mañana apenas podía verse
por unos pequeños agujeros hechos por el tiempo. Por un momento, vio pasar un
haz de luz, pero rápidamente se difuminó. Aquel pasillo también era muy húmedo,
ya que el agua de lluvia se filtraba por los agujeros, y usualmente olía mal,
pero en esta ocasión, Juan notó que el olor era más fuerte y putrefacto que en
ocasiones anteriores, esto junto con la oscuridad y ese sentimiento intranquilo
que aun llevaba consigo, lo perturbo sobremanera, además, se sentía observado
por algo o alguien a lo lejos, todo esto lo puso demasiado intranquilo, a lo
que aceleró el paso hasta que chocó contra la una puerta fría y firme. Era la
puerta de la estación.
Antes
de abrir la puerta que lo conectaría con la estación Planta, observó su reloj
de muñeca para verificar que aún tuviera tiempo de llegar a la oficina. La hora
que marcó el reloj era las 6:25 de la mañana, estaba 5 minutos retrasado, pero
aún tenía la idea de poder llegar a la oficia rozando las 7 de la mañana.
Al
cruzar la puerta, lo primero que notó fue que el Metro ya había llegado, así
que subió rápidamente al último vagón. Apenas cruzó las puertas, sintió un
escalofrío, el mismo que recorrió su cuerpo al salir de su casa, esto lo
extraño en demasía, para luego girar a ver los asientos y notar que el vagón
estaba vacío, no había ninguna alma visible en ningún lugar. Las puertas del
vagón cierran súbitamente, y extrañamente, el Metro se comienza a mover de
forma violenta, acelerando y frenando de forma repentina, lo que hizo a Juan
caer en su espalda, llevándose un golpe bastante aparatoso, mientras las luces
se encontraban encendiéndose y apagándose de manera frecuente y casi hipnótica.
-¿Qué
demonios es esto? – Pensó mientras su mirada veía de forma atónita los
asientos, conforme el vagón se apagaba y encendía, veía sombras de personas
sentadas en los distintos lugares que el vagón tenía disponible.
-Esto
debe ser un sueño, debo estar soñando, ¡es una maldita pesadilla!- Gritó mientras
el vagón corría a toda velocidad a través de la vía. Todo sucedía tan rápido
que apenas daba tiempo a Juan de pensar en algo.
De
repente, el Metro se detuvo súbitamente, haciendo caer a Juan al son del
movimiento que se produce después de frenar. Las luces del vagón estaban
encendidas, pero no veía a nadie – Debo estar volviéndome loco- respiro
aliviado al percatarse que todo fue producto de su imaginación y nervios.
Había
llegado a la estación La Grande a las 6:52 de la mañana, tiempo de sobra para llegar
a la oficina, cuya localización estaba a 4 cuadras cortas de la estación.
Juan
respiró aliviado por esa situación, e incluso se echó a reír un poco, pensando
que solo fue una jugarreta que su mente le hizo.
Cuando
baja del vagón rumbo a su destino, se da cuenta que a su alrededor no hay
nadie, ya que el viajo en un vagón vacío, pero esa sensación de extrañeza aún
permanecía en su cuerpo, causándole confusión, dado que ahora era más fuerte
que antes.
Comenzó
a sentir nauseas conforme iba caminando por la terminal, percibía un olor
fétido, como huele a tierra mojada con agua sucia de las cañerías que recorren
la ciudad de arriba para abajo, llevaba caminado más de 5 minutos y aún no veía
a otra persona además de él.
Tomó
el rumbo hacia su oficina, pero al salir de la estación no hizo más que
perturbarse de mala manera.
Observó
la ciudad vacía, en un tono grisáceo, muerta y abandonada. Parecía un pueblo
olvidado como un jardín reseco, y se respiraba un hedor penetrante en el
ambiente, un hedor más fuerte que el que había dentro de la estación.
Al
darse la vuelta para regresar bajo tierra, noto que dentro de las sombras podía
observar siluetas apareciendo y desapareciendo al son de encontrarse con el sol
– o lo que parecía ser el sol -, su corazón se agitó y comenzó a palpitar de
manera apresurada, queriendo salir corriendo del pecho de Juan.
Juan
se quedó en ese lugar, paralizado, sin saber qué hacer, repentinamente, en el
piso donde se encontraba su oficina, observó una tenue sombra pasando por una
ventana, por lo cual, Juan rápidamente subió al 4to piso del Edificio Central,
que se encontraba al sur de la ciudad, en una plaza llamada Plaza Cristal.
Al
llegar a su destino, pudo reconocer esas sombras que caminaban por donde la luz
no alcanzaba a verse, rincones donde la luz no deslumbraba. Veía a las
diferentes personas con las que llevaba un tiempo trabajando, observaba a
Raquel, aquella chica que lo hacía perder el aliento, al tratar de alcanzarla,
su mano atravesaba su cuerpo inmaterial.
De
pronto, desde la perspectiva que le permitía alcanzar ese cuarto piso, observo
a lo lejos a un hombre mayor sentado en la banca de un parque cercano – Son
unas 2 cuadras, ese parque nunca lo había visto en los 7 meses que llevó
trabajando aquí- susurro Juan, y de manera apresurada, tropezaba cada 2 por 3
tratando de bajar lo más rápido posible las escaleras y salir a la calle.
Cuando
finalmente pudo salir de aquel edificio, salió corriendo directamente hacia
donde había visto el parque, llegando rápidamente a aquel lugar, se acercó muy
despacio en dirección de aquel señor, sentado, observando simplemente al vacío.
-
Hoo..
eh Hola- Dijo Juan, de manera tímida - ¿Usted me podría decir donde me
encuentro?
-
Hola
Juan, te tomó mucho tiempo llegar aquí, ¿no lo crees? – Replico con voz ronca
aquel señor de aspecto sombrío, en los ojos tenía algunas cataratas, y siempre hablando al vacío. Sin embargo, sus
manos se encontraban dentro de sus bolsas en una chamarra azul oscura, que
tenía una capucha en la parte de átras.
-
¿Cómo
que tarde en llegar? Yo quiero saber dónde estoy, dígame donde estoy, creo que
me confunde con otra persona, además, ¿Cómo rayos sabe mi nombre?
Aquel extraño hombre soltó una
risa en tono siniestro que termino ahogada en silencio.
-
Conozco
todo sobre ti, te he observado desde hace mucho tiempo, sé que desconoces la
razón de estar en este lugar. Aquellas sombras que ves en la oscuridad, son
personas viviendo sus vidas, siguiendo sus sueños o persiguiendo sus
ambiciones, después hablare con ellos, sin embargo, hoy es tu turno, me
evadiste varias veces pero hoy, amigo mío, cometiste un error garrafal un poco
más temprano, aquel error es el que te ha traído hasta aquí. Te llevaré a dar
un paseo.
El anciano se levantó de su
asiento, y caminando a través de las calles vacías y grises, llegaron a su casa
en muy poco tiempo.
-
Entra
– le dijo de forma seca aquel extraño a Juan al pararse frente a la puerta – Un
último vistazo y nos vamos.
Entraron
los dos a la casa, y veían a una sombra claramente femenina haciendo los quehaceres,
desaparecía cuando el pasaba a través de la luz del sol, y reaparecía en otro
lugar de la sala.
Todo
era bastante extraño para Juan, que hacían en su casa, y porque aún veía esas
sombras tan extrañas, de repente, el teléfono comenzó a sonar, y la sombra
femenina parecía contestarlo, poniendo su mano izquierda en su cintura, con la
mano derecha se lleva el aparato al oído, de repente, se llevó su mano
izquierda a su rostro, y comenzaba a mover la cabeza en forma de negación.
Repentinamente,
el teléfono cayó al suelo junto con la sombra de la mujer, parecía
desfallecida, tomando su rostro y respirar rápidamente.
Juan
trató de tocar esa sombra, pero nuevamente solo la atravesó, en un movimiento
súbito, se volvió al anciano y este le devolvió la mirada.
El
chico salió de la casa rápidamente, ya no quería estar ahí viendo eso.
-
¿Qué
fue lo que pasó?
-
¿Quieres
que confirme tus pensamientos? Tuviste un accidente fatal, y ahora estás a
punto de comenzar el viaje que todos tenemos que hacer.
-
¿Quién
eres tú?
-
Soy
una simple guía que ayuda a las almas a cruzar a donde deben de ir. Muchas
almas llegan a este umbral, no todas están preparadas, por lo que te imaginarás,
muchas caen en negación e incluso quieren negociar, sin embargo, yo no tengo
ningún tipo de poder, solamente muestro el camino, tal como me lo mostraron a
mí cuando llegué aquí. Lo que muchos no entienden, es que el querer regresar a
sus vidas antiguas, solo les causa dolor
a las personas que fueron cercanas a ellas, ¿conoces a los fantasmas?, pues eso
es.
-
Pero
-
Estás
perdiendo tu conciencia paulatinamente mientras te encuentras en este lugar,
cada momento que dudas, le abres la puerta a la desesperación, lo que conllevará
a que olvides toda la vida que acabas de concluir y camines errante por la eternidad,
siendo un alma vacía.
-
Entiendo
eso, pero ¿tengo miedo sabes?, no, no,
no por mí, no quiero dejar solos a mis padres, todo esto es bastante doloroso.
-
La
verdad es que un padre jamás se repone de la muerte de un hijo, pero en estos
momentos, ¿no es mejor que recuerdes cada momento que pasaste con ellos, y así,
en el instante en que se vuelvan a ver, porque todos vamos al mismo lugar,
recordar y congratularse por esas vivencias? ¿o prefieres vagar entre las 2 realidades distintas,
atormentarte a ti mismo y a ellos en el camino?
-
¿Pero
y el infierno? No he sido un hijo perfecto y he hecho varias faltas….
-
El
infierno, siempre preguntan por eso, el infierno es este hueco, pero nadie
tortura a nadie, sino que los torturados hacen de víctima y victimario, todo
por no aceptar su destino – Respondió bajando la mirada, recordando algo que
paso hace mucho – como mi esposa, quién jamás aceptó que su tiempo había
pasado, y perdió toda su gloria por aferrarse a algo que ya había acabado,
tengo bastante que no la veo, y la extraño tanto.
-
Entonces,
no hay paraíso, no hay infierno, ¿qué hay al final?
-
Recuerdos
hijo, recuerdos de cosas que fueron reales, recuerdos de todo tipo de sentimientos,
entendimiento mutuo, y una paz que jamás habías sentido, una tranquilidad absoluta,
ninguna preocupación, llegamos a donde pertenecemos, a la misma entidad que
todos somos.
-
Una
entidad… explícame eso.
-
No
se puede explicar con palabras, acompáñame y lo sabrás.
-
Espera,
tengo algo que hacer primero.
Juan
abrió la puerta de la casa, se dirigió hacia la sombra femenina que se
encontraba sollozando en el sofá a un lado de la ventana.
-Madre mía, ojala puedas
escucharme, estoy bien, no llores, no te preocupes, despídeme de mi papá, que
ya no tengo tiempo, pero los estaré esperando, y te prometo que seré yo el que
te encontrará en el mundo gris.
Dicho
eso, retrocedió y se dirigió con aquella persona misteriosa, quién le indicó
con un gesto con la mano que era tiempo de irse.