Esto no es una historia de terror, es una historia sobre un miedo:
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Casi Muriendo
Por Oscar Rodríguez
Subí
al tren de las siete. Era tiempo de dejar todo atrás, un momento para alejarme
de todo. Después de todo, ya no me quedaba más. Podrías llamarme un perdedor,
pues he perdido muchas cosas en mi vida. No esperaba recuperar nada con este
viaje. Solo quería estar solo.
En
mi vagón había algunos pocos pasajeros. Cada uno en sus asuntos. Yo busque mi
asiento, estaba junto a la ventana del tren. Había un asiento vacío al
contrario mío. “Que bien…compañía”, pensé con sarcasmo.
Me
senté y espere que el tren comenzara a andar. También espere que a nadie se le
ocurriera ocupar aquel asiento. Había muchos otros lugares vacíos después de
todo. Sin embargo, poco me duro el gusto…
-Buenas
tardes - Me dijo una voz de repente.
Gire
la cabeza de inmediato. Frente a mi estaba un hombre sentado en el asiento
contrario. Era como si siempre hubiese estado sentado ahí. Era de buen vestir. Tenía una apariencia
extraña, como un anciano… ¿o como un joven? Buscaba algo en el bolsillo
interior de su saco.
El
hombre continúo. –Bonita tarde para partir ¿eh? – E hizo un gesto con la cabeza
hacia la ventana. El cielo anaranjado se tornaba carmín mientras el sol lanzaba
sus últimos destellos antes de ocultarse en el horizonte. A mí no podría
importarme menos.
-Disculpe-le
replique con desgano.- No le vi venir.
-No
hay cuidado. Nadie lo hace.- Me respondió con un timbre de tristeza.
Claro
que yo no tenía mucho ánimo de hacer conversación, pero mi educación me impulso
a preguntar -¿A dónde se dirige?
-A
donde se dirigen todos.- respondió ocupado, hurgando en los bolsillos de su
saco.
Calle
un momento y mire hacia la ventana nuevamente. Su evasiva me inclino a
replicarle.
-Hay
varios destinos en este recorrido- añadí.
Detuvo
su búsqueda por un instante y me miro. -Puedo asegurarle…- dijo sonriendo- …que
solo hay un destino para todos en este tren. – y continuo buscando.-No es por que
quiera ir. Vera usted, es mi trabajo.
-¿Usted
es el maquinista? – le dije con incredulidad, pues siempre me imaginaba a los
maquinistas vestidos de overol con una curiosa boina. Este sujeto se veía como
un catrín. “Debía ser entonces un tren de mucha clase”, pensé.
-No
precisamente. Yo dirijo este tren, si es a lo que usted se refiere.
-¿Cómo
un agente de viajes?
-Podría
decirse que sí.
Finalmente
saco de sus vestiduras un reloj plateado. Era un reloj antiguo de cuerda, lo
abrió y lo miro fijamente. Al instante sentí que mi sangre se volvía hielo.
Su
mano derecha estaba descarnada, era una mano de hueso.
-
¡Ah! Las siete en punto. Hora de partir.- Dijo jovial y sonriente.
Lentamente,
las ruedas del tren giraban sobre los rieles hasta encontrar velocidad. Salimos
de la estación. Yo estaba aterrado. ¿Quién era este sujeto?
-Es
de mala educación mirar fijamente la extrañeza de otras personas.-me dijo con
aire bromista.
-
Es que… es solo que... ¿Se encuentra usted bien?
-
Seguro. ¿Y usted? Parece que hubiera visto un espanto.- Y empezó a jugar con el
reloj en su mano de hueso, haciéndolo girar entre sus dedos, y finalmente
mirando la hora.
Quede
callado por un momento. No supe que responder. Lo que veía era imposible.
-¿Tiene
miedo? – me pregunto un poco consternado.
No
podía hablar. Mucho menos podía responder. ¿La demás gente vería lo mismo que
yo? Voltee hacia todos lados y miraba a los demás pasajeros del vagón. Todos
ensimismados. Unos leyendo el periódico, otros volteando hacia la ventana,
perdidos en sus pequeños mundos. Y yo ahí sentado frente al hombre de la mano
de hueso.
-Es
natural. –Me dijo - Después de todo, da miedo ¿no es así? “Dejar todo atrás”…
Y
sus palabras eran un eco de mis pensamientos. Solo quería irme, solo quería estar solo. Trate
de recordar hacia donde me dirigía… pero no pude encontrar nada. Finalmente,
volví a tomar la palabra.
– ¿A dónde vamos?
-Ya
se lo dije.- Me respondió con calma. Tomo una taza de y bebió un sorbo.- A
donde se dirigen todos.- Olía a te de canela. ¿De dónde saco una taza?
El
hombre de la mano de hueso prosiguió con elocuencia. –Tal vez no se haya dado
cuenta, pero usted fue quien decidió subir a este tren. Usted ya tomó esa
decisión. Y eso se respeta. Así que quise darle la bienvenida.
Mi
cerebro trataba de encontrar una respuesta lógica a los desvaríos que este
hombre. De repente, entramos a un túnel. Las luces del tren se encendieron, más
iluminaban como si cada foco estuviera a punto de fundirse, de extinguirse…
-¿Estoy
muerto?- le dije
-¡Ah!
Finalmente.- Frunció el ceño y sonrió, apuntando al techo con su mano de hueso.
Era un poco aterrador. -Me fascina cuando preguntan eso. ¡Humanidad increíble!
¿Tienes miedo?
-
Un poco.- le mentí. Yo estaba aterrado.
-
Es natural - y volvió a tomar un sorbo
de su taza de té.
-¿Es
usted la muerte? – Fue mi lógica pregunta a mi absurda situación.
-Si.
Bueno no. ¡Ja! ¡Humanidad increíble! Mi trabajo es llevarlos, sí, pero yo no
soy la muerte, no. Siempre lo dicen como si eso fuese una persona. No, no, no.
La muerte es solo un paso. Yo solo estoy
aquí para esperarlos y cuando lleguen… conducirlos a donde decidieron ir.
Había
pensado en dejar todo atrás. Más esto no era lo que tenía en mente. Pero ya
estaba arriba del tren y este seguía avanzando. No había ningún caso en tratar
de negociar. Sin embargo, finalmente tendría lo que buscaba ¿O no? Dejar todo
atrás. Terminar con toda esa soledad y vacío. Era casi como lo que yo quería.
Casi. Si muerto estaba, ya no había mucho por hacer. Así que decidí seguir la conversación.
-¿La
mano de hueso viene con el empleo?
-
Bueno déjeme le explico. ¿Ha visto un reloj de arena? ¿Ha visto como se vacía
el contenedor de la parte superior mientras los granos de arena caen al
contenedor inferior? Digamos que esta mano simboliza el tiempo que me queda de
trabajo. Pronto la palma estará rellena de nervios y carne, y hasta el último
dedo. Y mi tiempo habrá terminado. Debió de haberme visto al principio. ¡Era todo
un esqueleto! Es un símbolo solamente, pero me anima a continuar.
-
¿Es trabajo por turnos?- dije bromeando.
-¡Oh
para nada! Es de tiempo completo. Mi trabajo es único. Es solo que… todo
termina, querido amigo. En su mundo al menos.
-
Todo termina… ojala fuera verdad.
Pensé
en todo lo que me había llevado a subirme a ese tren. Había perdido mucho, y a
muchos. En cierta forma ya me había
quedado solo. A los que no me arrebataron, los aleje yo mismo. Me había
equivocado tanto. Ya no tenía nada. Era dolor que no terminaba.
-Pero
es verdad - me replico ahora con voz un tanto más lúgubre- Ese es uno de los
problemas de ustedes. Piensan que todo dura para siempre. Se creen infinitos, y
no lo son. No comprenden su finitud, y por tanto no comprenden su eternidad. Todos terminan en este mundo. Y cuando
terminen, yo estaré ahí. Mi trabajo es esperar a cada uno de ustedes. Y bueno,
a veces siento la necesidad de hablar también con algunos de ustedes. Es parte
de mi misión hacerles más claro el problema de temor que tienen.
-¿Problema
de temor?- Si bueno, tenía miedo. Pero parecía natural. El mismo lo dijo.
Después de todo, ya estaba muerto. Todo seguía casi en penumbra y él tenía una
mano de hueso. ¿Qué problema había con tener miedo?
-Si.
Veras tu problema, así como el de mucha gente, no es solamente el miedo a
morir. ¿Quieres que te lo explique?
No
estaba seguro de porque me lo preguntaba. Le encantaba hablar después de todo.
Seguro se moría por decírmelo de todas maneras. Pero genuinamente tenía
curiosidad. Asentí con la cabeza.
-¡Je!
Tienen miedo a vivir. ¡Suena disparatado! ¿No es así?
-Uhm…-
pensé por un momento lo que quiso decir con eso. Y antes de que pudiera exigir
una explicación, el hombre prosiguió.
-
Es uno de mis grandes pesares. Veo muertos que caminan, querido amigo. Día con
día, yo espero a que la vida se les acabe. No es algo que me guste. Pero es
necesario que pasen por esto si quieren llegar hasta el final. Todos los días
están a un desliz de morir. Lo sé bien, porque los espero. Y ellos ni siquiera
se dan cuenta. Ese automóvil que casi les rozó. Ese mal paso que casi los hizo caer de las escaleras. Ese
bocado que casi logro que se ahogaran. Tantas y tantas cosas que casi me
permiten alcanzarlos. Realmente no sé cómo van a terminar de antemano. No
depende de mí. Pero muchos de ellos, demasiados, ya están muertos cuando yo los
alcanzo. Caminan sobre la superficie de esta tierra mecánicamente, sin sentir,
sin sonreír. No viven. Son muertos que caminan, se lo aseguro. Lo peor es que
ellos así lo quisieron. Yo creo que es por miedo.
-Debe
ser deprimente.- “Tal vez el trabajo más deprimente que me pudiera imaginar”, pensé.
-¡Oh
bueno! No se fije. A veces es diferente. Vera, de cuando en cuando uno se
encuentra con gente interesante. No son tan pocos como los que se imagina, pero
no son tantos como me gustaría.
-
¿Qué los diferencia de los demás?
-No
tienen miedo. Sin miedo a morir. Sin miedo a vivir desde luego.
-Gente
loca.
-Sin
duda alguna. Pero no es enfermedad, se lo garantizo.
De
pronto salimos del túnel y todo se ilumino nuevamente. Curioso, porque salimos
al atardecer. ¿Había pasado una noche entera? No tenía forma de ver el tiempo y
no quise pedirle al hombre su reloj. Mire hacia la ventana y pude observar un
verde prado, había un lago en el fondo. Se veía tan tranquilo, un buen lugar
para descansar.
El
hombre prosiguió., mirando hacia la ventana también.
-
Estas personas estuvieron realmente vivas. No es que se quisieran morir, pero
al momento de que yo llegara a dirigirlos a la puerta, ellos no se turbaban. Al
contrario, estaban felices. Así los encontraba cuando me los llevaba, felices
de verdad. Están locos por que no viven de acuerdo a la razón del mundo. Las
historias que narran estas personas. ¡Es en verdad fascinante! Personas
excepcionales que dejaron su marca en el mundo, y en las personas con las que
compartieron un pedacito de su vida.
Hizo
una pausa breve.
-Usted
sin embargo, no ha dicho mucho. - Cerró
la persiana. Y realmente fue molesto. Me había quitado el primer momento
tranquilo que había tenido en mucho tiempo. Era como si se regodeara al decirme
todo esto. Si estoy muerto que me deje
descansar en paz
-¿Ah
sí? Deje de burlarse de mí.
-¡Ahí
está el problema! ¿No? Usted tiene miedo a vivir.
-
Miedo a vivir. ¡Miedo a vivir! ¿Qué quiere decir con eso?
-Hablemos
de la vida. ¿Cuándo fue la última vez que observo en el cielo una noche
estrellada? ¿La última vez que olfateo el suave aroma de una florecilla en
primavera? ¿Cuando escucho por última vez su canción favorita? ¿Cuándo
compartió el alimento con algún necesitado? ¿La última vez que bailo con la
mujer que ama?
Llegaron
a mí lejanos recuerdos de mi pasado. En un parpadeo revisite todos esos
momentos. Era alegría que no recordaba, eran promesas que se habían olvidado.
Era una vida diferente. Ahora había que poner los sueños a un lado si quería
progresar. Había que enfocarse y hacer las cosas. No iba a ser fácil y no
importaba después de todo. Hubiera sido una etapa solamente y después retomaría
todo lo que había dejado.
-
Hay tantas cosas que hacer. – Le dije - A veces simplemente no hay tiempo.
-
Amigo mío. Estoy en mi trabajo. Y me doy tiempo para muchas cosas, como para una
plática amena con extraños en un viaje en tren.
Calle
un momento.
-Muy
bien. Fue injusto- Hizo un gesto con ambas manos, como cediendo un poco de
razón. Yo tengo tiempo. Se podría decir que por ahora es lo único que tengo. Yo
los espero a todos…
Tomo
su reloj y lo reviso nuevamente.
-…hay
un momento para todo. Pero no cabe todo en un momento.
-No
siempre es el momento adecuado. – Le replique.
-¿Para
ser feliz? Siempre es momento para ser feliz. Las personas esperan una
oportunidad para vivir, para hacer cosas. Y para hacer felices a otras personas.
Piensan que… no es su momento todavía. Pero un momento es todo lo que tienen. Es
tiempo perdido. No regresa, jamás regresa. Sonrisas negadas. Lágrimas que no
fueron consoladas. Manos que no se extendieron para levantar al caído. Un “te
quiero” que jamás fue pronunciado. Un corazón cerrado mancha el amor. Es
egoísmo. Tiempo perdido. Lo hecho, hecho esta, y la marca que dejaron se
desvanece como polvo en el viento. Y hay tantos de esos en este mundo.
Sentía
un agujero en el estómago. Yo era un perdedor más grande de lo que pensaba. Y
no había vuelta atrás. Yo no era una plática interesante, no era un loco. Era
como todos los demás. Mire hacia alrededor a los otros que venían en el vagón
de nuevo. Seguían haciendo lo mismo. Como una fotografía, ensimismados. En
automático. Vi entonces mi reflejo y baje la mirada.
-Es
triste. Casi me da lástima por ellos. Pero tuvieron su oportunidad. Tú aun la
tienes.
-¡¿Entonces
estoy vivo?! - Me puse de pie sonriendo. ¿Sera posible?
-Digamos
que no estás muerto. Depende de ti. Claro esta es mi forma metafórica de
decirlo. Después de todo, todo siempre termina...-Miro su reloj y dijo- …como
tu tiempo en este tren. – El hombre de la mano de hueso se puso de pie.
Y
el tren se detuvo lentamente. El sujeto me dijo.
-
Aquí es donde te bajas.
-Pensé
que todos nos dirigíamos al mismo lugar.
-Hay
varios destinos en este recorrido.
Caminamos
hacia la puerta. Baje del tren aliviado. Finalmente me despedí.
-
¡Je! Gracias, querido amigo. ¿Algo más que me quieras decir?
-Vive…
o no. Solo recuerda, vendré por ti de todos modos.
Baje
del tren de las siete. Era tiempo de recuperar todo lo que había dejado atrás,
un momento para acercarme a todo. Después de todo, ya no me quedaba más…
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