Tuesday, October 21, 2014

Exposición de Invitados: Éste Tampoco Es


Imagen cortesía de Miguel Zamarripa


Esta noche presentamos en la Galería del Terror una exposición de un escritor invitado, mi buen amigo Miguel Zamarripa. Un relato fuera de este mundo que difumina la frontera entre los sueños y la realidad revelando lo desconocido. A continuación….

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Éste Tampoco Es

Por Miguel Zamarripa

Pedro era un chico promedio en todos los sentidos. No era una persona que causara gran impresión. No era muy alto o muy bajo. Ni delgado, ni gordo. No era muy bien parecido, pero tampoco feo. Incluso había tenido algún noviazgo o dos sin éxito y que no fueron de más de seis meses. No sabía tocar instrumento alguno. Ni siquiera sabía si tenía algún talento. Pasaba las tardes trabajando en la bodega de un minisúper que quedaba a unas cuantas cuadras de su casa. Realmente no poseía nada especial. Había abandonado la preparatoria hacía ya un par de años. Su vida bien podría estar en el exacto punto entre lo tranquilo y lo aburrido, y podría extinguirse sin más conmoción que la de sus contados conocidos. Pero todo en esta existencia, salvo la muerte, tiene sus excepciones y en un día fortuito como a cualquiera le podría suceder su suerte cambió… aunque no para bien.

Esa mañana de febrero después de despertar se tomó unos instantes quedándose al borde de la cama, pensante y con la mirada perdida en el suelo. Se había dado cuenta de que últimamente había estado soñando con siluetas difusas batiéndose en un oscuro vacío con voces que murmuraban algo totalmente ininteligible a las lenguas que conocía. O al menos eso era para lo que daba su memoria y entendimiento, un vago recuerdo de un difuso caleidoscopio policromático perdido en la abrazadora negrura del olvido. Y cada ida a la cama había sido un sueño más que se le esfumaba lentamente. Al principio descuidaba esos murmullos hasta que entre sueños una voz delgada y suave decía su nombre con jadeo susurrante “…edro… Pedro”.

– ¡Pero qué va! Son sólo sueños como cualquier otro –decía para sí en su mente tratando de olvidarse de aquella tontería.

¿Son sueños realmente lo que experimentamos al quedar hundidos en el sopor, la algarabía y el juego engañoso de ideas que se mezclan entre sí como fruto de recuerdos e ideas? ¿O será que es justamente al revés, que esto llamado vida es el sueño de otra?

Sus propias palabras no lo persuadieron. Comenzaba a tornarse de un simple recuerdo onírico a una ilusión demasiado real. ¿Qué podría hacer para dejarlo? Seguía pensando en aquello que día tras día escuchaba en sus sueños, viéndose rodeado de aquellas sombras que bailoteaban de aquí a allá como negros fuegos fatuos, aquellas que le orillaron a un nivel más crítico cuando finalmente se atrevieron a ir más allá de sólo su nombre:  “¿Pedro?... Pedro, ¿estás ahí?”. En míseras y contadas ocasiones pudo abrir sus labios torpemente para intentar responder, pero no obtenía más que balbuceos y sonidos cortados de su voz.

Al cabo del mes comenzaba a preocuparle, aunándosele esa suave caricia del miedo antes de aceptar el mismo. Incluso un tenue gris se colgaba bajo su parpado inferior al ya no dormir como antes por pasarse la noche en la recurrente pregunta “¿que me dirán ahora?”. Para su fortuna, algunos días era tanto el pesar de su cuerpo que quedaba noqueado de cansancio y al despertar apenas recordaba que cayó rendido en su cama.

En días posteriores se le encontraba visitando frecuentemente bibliotecas y librerías en busca de algún libro que le ofreciera alguna respuesta o una pista al menos. Algunos comprados, otros prestados. Todos los acabó y cuando no tuvo respuesta clara apuntó hacia el esoterismo. Lejos ya de la seriedad que le caracterizaba pensaba en visitar alguna clarividente o bruja. ¿Qué sabía él? Tan sólo quería algo que aplacara sus nervios, algo suficientemente convincente para no dejarse enredar en el hilo de la desesperación.

Para finales de abril dio con algo que no había notado desde hacía días o un par de semanas a lo mucho. Acomodándose contra la cabecera de su cama se sentó e imaginó en que tendría ya mala memoria, pero no era así. Ciertamente le vino de maravilla aquello sabido luego de cavilar no tan preocupadamente unos segundos. Había dejado de ver en sus sueños aquellos difusos fantasmas en la oscuridad. Ya no lo llamaban ni le cuestionaban si estaba ahí. Ya no lo molestaban.

Un par de meses después, mientras lentamente almacenaba algunas botellas de leche en el refrigerador del minisúper, pensaba en aquello que ya no tenía. Reconocía que aunque ese fenómeno que experimentó lo hacía sentirse terriblemente acosado, también lo hacía sentirse especial porque seguramente no a cualquiera le pasaba. En su vida aburrida y sin chiste era una luz al final del túnel. Con eso desahogaba esas ansias de ya no querer ser un don nadie. De pronto una botella se estrelló contra el suelo. Al instante la vista se le nubló hasta quedar en negro. Era como si mirara un abismo, un vacío eterno, y en esa negrura adimensional se puso de pie. Desde donde parecían estar sus pies una débil y muy difuminada luz violeta serpenteante como aurora boreal le rodeaba. Más allá, a metros o kilómetros –imposible saber–, un círculo de contadas estrellas en pares brillando con un destello que apenas podía ver.

– Pedro… Pedro… ¡Pedro! –le decía una voz masculina en la lejanía que pronto se hizo cercana y clara.

– ¡¿Qué?! –se alzaba de aquel sillón con repentino pánico hasta quedar sentado. Había estado recostado en la pequeña oficina de la tienda. En un instante su escenario había vuelto a cambiar y para su sorpresa ya no estaba en aquel oscuro lugar.

– Ya comenzabas a preocuparnos. Llevas más de una hora inconsciente –le dijo de nuevo aquel tipo. – Sal un rato para que tomes aire. Cuando te sientas mejor, entras. Si no, mejor ve a casa. No quiero que rompas algo más.

– Esta bien, jefe. No se preocupe. No volver a pasar.

El chico se tomó de la cabeza como si ligeramente le doliera. Pronto vería que no sólo su jefe estaba ahí, sino también otros tantos de sus compañeros que venían a ponerse al tanto del chisme. Salió de ahí por la puerta trasera y, quedándose recargado contra la pared junto al contenedor de basura, su mirada se comenzó a reponer y pronto estaba ya en sus cinco sentidos. Notó que aún no eran ni las cinco de la tarde así que decidió volver dentro y reintegrarse a sus labores.

Para la media noche la policía sabía nada. Desde sus padres hasta los empleados del minisúper fueron interrogados sin mucho éxito. Nada de ayuda. Se acordonó la parte trasera de la tienda con listones de “no pase”. Más allá, entre el vecindario y una zona verde se le buscó. Incluso rastrearon boletos de autobús, pero no. Nadie en los alrededores lo vio. Sólo algo los devolvió al último lugar donde había estado Pedro según se sabía, junto a ese contenedor de basura tras el minisúper. No encontraron ni una sola pista de él, pero sí una gota de sangre.

Aquel círculo de luz violeta se encendió de nuevo, en ese lugar de esa interminable negrura. Era un círculo de fuego que a sus pies se alzaba desde extraños dibujos fluorescentes trazados en el suelo con precisión. Y ondeaban sus llamaradas, esas y otras allá, más allá, aunque con un color natural de fuego naranja. Antorchas. Y esos destellos en par en la negrura se acercaban poco a poco. Se oía el taconeo incesante y muy repetitivo, multiplicado, mientras esos destellos que ahora sabía eran ojos de algunos seres. Le llamaban varias voces, una tras otra y encimándose los sonidos con cada vez más insistencia “Pedro… Pedro, ¿estás ahí?” mientras el taconeo de los pasos secos seguía. Las voces se hacían más fuertes, más cercanas junto a  Pedro. Sosteniendo una antorcha logró ver la mano que le sostenía: una mano peluda de dedos largos y el pulgar opuesto.

– ¿Qué quieren de mí? –dijo Pedro a punto de estallar en la desesperación. Se sentía aturdido.

Su cuerpo estaba inmovilizado por un profundo temor y nerviosismo que le hacían sudar en frío. Las manos las sentía temblar, pero estaban engarrotadas con dedos hechos ganchos. La boca se le secó al ver una silueta que le parecía engañosa e irreal, ¿pero a ese punto qué era o no real ya? De repente sonó aquel ruido inconfundible, un sonido muy peculiar y fácil de reconocer: un berrido, y pronto su nombre comenzó a ser pronunciado con ese berrido “¡Pe-eh-dro!”. Las siluetas se disipaban como telones, consumidas por la luz. Sentía el corazón serle cobijado por una ligera escarcha de hielo y su latidos bajar. Los ojos se le abrieron al instante nada más de presenciar a esos seres. Pedro vio con horror aquello: una minúscula manada de cabras alzadas en sus patas traseras.

– Éste… ¡Maldita sea! ¡Éste tampoco es! –gritó una de esas espantosas bestias con enfado y lanzando una antorcha al suelo.

No tardaron en escucharse aún más berridos de esas cabras quejumbrosas y furiosas. En breve el silencio cundió y se oyó el vibrar de una hoja metálica, el desenvaine de algún objeto punzocortante. Pedro vio el cuchillo acercarse lentamente a su rostro. Entonces por fin otra voz se alzó de entre las demás:

– ¡Si no es entonces también mátalo!




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